Saturday, February 04, 2006

La criatura y el personaje

A Fernando Balzaretti solía verlo por las mañanas en un vips que está (aquí en el DF) junto al teatro Insurgentes: siempre estaba leyendo una novela policiaca, nunca antes de las doce, pues ya se sabe que actores y periodistas empezamos a despabilarnos hacia mediodía.
Yo vivía entonces en la calle Damas, atrás del teatro, y muy frecuentemente nos intercambiábamos novelas de Raymond Chandler y Patricia Highsmith. Nunca lo ví leer un libro teórico, La construcción del personaje, por ejemplo, de Stanislavaki, pero sólo a él -entre otros actores y actrices que he tratado, como Mabel Martín- le oí sutilezas tan penetrantes como las que se les ocurren a los dramaturgos. Para mí los actores son como personajes salidos de una obra que suelen hablar de los seres de ficción como lo hacen los novelistas, preocupándose de sus gestos, sus diferentes registros de voz, o tal vez hablan de los muchos personajes que traen adentro y que impregnan su propia identidad.
Siempre me he sentido bien entre actores y actrices. Son el tipo de gente que me gusta, my kind of people. Su sentido de la observación me parece envidiable. Se fijan en detalles (Dios está en los detalles), en miradas, en las inflexiones de la voz de cualquier persona, del hombre que pasa por la calle, de la muchacha aquella que está tomándose un café.
Me parece que fue hacia 1983 cuando le pedí a Fernando que me recibiera en su casa para que me contara su experiencia en De la vida de las marionetas, de Ingmar Bergman, que puso entonces Ludvik Margules y llegó a ciento cincuenta representaciones. Estaba de muy mal humor. Todavía eran las once de la mañana. No entendía por qué a mí me interesaba la entrevista que, como le dije, no era para publicarla en el periódico. Hizo un esfuerzo, de todos modos, muy amable y generoso conmigo. Y muy paciente.
Lo que yo había percibido en él, y me intrigaba, era que se había metido de tal forma en el personaje de Peter Egerman que a la postre, meses después, le vino una especie de resaca, un hundimiento emocional irremontable.
“No des esos manoteos”, dice que le decía Ludvik. “No actúes. Apréndete al personaje, pero no actúes como actúas tú. Espera a encontrar al personaje. Tómate tu tiempo. Búscalo, pero abajo”
Fernando sentía que a veces el personaje se le avejantaba de tanto representarlo noche tras noche y durante tantos meses, que ciertamente cada noche -con excepción de la primera de la semana, los martes, que era más fría- daba una función distinta y que su personaje era otro al antagonizar a Rosa María Bianchi o a Julieta Egurrola, que se alternaban sus papeles cada dos funciones, pero se le avejentaba, decía, tenía que renovarlo, descubrirle otros matices.
Fernando vivía a Peter Egerman como a un muerto. Alguien venido de ultratumba. Un hombre en el borde del abismo, al filo de la vida, entre la madrugada y el amanecer: un suicida. Su ropa, el abrigo grueso de lana, la bufanda, los zapatos bostonianos, que después siguió usando en la vida real, quedaban cuidadosamente acomodados en el camerino.
-Te vas y dejas las cosas, abandonas al personaje, te sales -me decía Fernando-. Lo dejas en el camerino, colgado del perchero como si fuera un títere, pero no te lo llevas a tu casa. Es muy peligroso. Tienes que tener una técnica muy personal para que no se te meta. Lo moldeas, le pones su ropa, lo vistes, le pones tus emociones, pero al final te desvinculas. Lo que sucedió es que, al sentir que se me avejentaba, yo empecé a coquetear con la locura de Peter y traérmelo a la casa. Estaba conmigo cuando me acostaba o me bañaba y soñaba conmigo.
El proceso a través del cual se da el desdoblamiento de la criatura en personaje significó para mi amigo arañar las puertas de la locura. Cuatro o seis meses después de la obra lo invadió una tristeza infinita.
-¿La relacionabas con la obra?
-No, era ya una depresión de Fernando Balzaretti. La obra simplemente removió situaciones latentes. Como estuve trabajando muchas cosas internas, descandenó un extraño proceso. Pudo haber sido otra obra, u otro el momento de mi vida, pero a la mejor si no hubiera hecho De la vida de las marionetas no hubiera caído en esa crisis a los 38 años. La verdad es que si tú quieres como actor llegarle a este delicioso manjar de la actuación, a estos extremos, tienes que tener muy centrada tu vida personal, para lanzarte hasta ese borde, o incluso caer tantito y poder regresar.
Dios mío, me estoy poniendo teórico.

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