Wednesday, March 02, 2011

Voces de familia, de Harold Pinter

VOCES DE FAMILIA
(Guión radiofónico)
por
HAROLD PINTER
Traducción y nota de FEDERICO CAMPBELL

En Voces de familia los personajes o las "voces" comparten una ambigüedad espacial: no se encuentran frente a frente como en el escenario de un teatro: Harold Pinter sabe que el espacio del radio es infinito, y puede ubicar a un personaje en Nueva Delhi o en Londres, a otro en Tahití o en Nueva York, y hacer que se relacionen entre sí incluso sin que compartan el mismo tiempo o el mismo lugar.
Las voces de la madre, el hijo, el padre, no se intercambian en parlamentos breves: se trata de prolongadas emisiones de la voz, párrafos que a un tiempo son el flujo de un monólogo interior o el cuento ensimismado de un personaje que se habla a sí mismo o se expresa como quien redacta una carta personal.
A medida que va adquiriendo densidad, Voces de familia se dispara hacia diferentes direcciones gracias a su "ambigüedad significativa" y en una de esas vertientes podría experimentarse como un mundo mental —dado en la oscuridad "onírica" del radio— y emocional en el que las voces de los padres son las de nuestros ancestros, las ideas de los demás: los discursos ajenos que todos traemos dentro, la impronta del pasado, los gritos de las tribus más remotas, es decir: las voces del inconsciente.
Federico Campbell

VOZ 1:
Realmente me la estoy pasando muy bien.
Hace calor y frío, pero, sorprendentemente, hace más bien calor, en general, más calor que frío.
Espero que te sientas bien y no tan achacosa, como la última vez que te vi.
No, no te sentías tan mal; te sentías perfectamente bien, simplemente te veías mal.
¿Me extrañas?
Me la estoy pasando muy bien y estoy totalmente borracho.
Me tomé cinco tarros en el Bar de los Pescadores, y luego tres whiskies dobles, y literalmente llegué a la casa arrastrándome.
Cuando digo casa, te aseguro que mi cuarto es extremadamente agradable. También el cuarto del baño, donde hay una tina. Muy, muy agradable. Me he dado unos baños de tina muy agradables. También las otras personas que viven en la casa. Se acomodan todos desnudos en la tina y también se dan su baño, muy agradable sin duda. Todo el mundo en esta casa anda diciendo por todas partes que qué estupenda tina y qué maravilloso baño es el que compartimos, a todo el mundo se lo dicen, a cuanta persona se encuentran le dicen que en este lugar uno se puede dar unos baños estupendos, que no tienen comparación con nada, en pocas palabras.
Lo cual tiene mucho que ver con la dueña de la casa, que es una señora Withers, una persona que ha resultado ser, de veras, una persona verdaderamente encantadora, de lo más decente.
Cuando dije que estaba borracho por supuesto que hablaba en broma.
Apuesto a que te reíste.
¿Mamá?
¿Entendiste que era una broma? Ya sabes que jamás pruebo el alcohol.
Me gusta estar en esta enorme ciudad, yo solo. Espero hacer muchos amigos pronto, en los próximos meses.
Espero también conocer a algunas amigas.
Espero dar con una muchacha buena y muy agradable. Luego de conocerla, la llevaría a la casa para que conociera a mi madre.
Me gusta caminar en esta ciudad enorme. Yo solo. Es divertido no conocer a nadie. Cuando me encuentro con gente en la calle no se dan cuenta de que no los conozco. Conocen a otra gente y mucha otra gente los conoce a ellos, por lo que naturalmente piensan que si yo no los conozco, sí conozco a la otra gente. Por eso me ven, tratan de verme a los ojos, esperan que les hable. Pero como no los conozco no hablo. Ni siento nunca la menor tentación de hacerlo.
Como ves, mamá, no me siento solo, porque todo lo que alguna vez me ha sucedido está conmigo, me sirve de compañía: mi infancia, por ejemplo, a través de la cual tú, mi madre, y él, mi padre, me guiaron.
Me llevo muy bien con la dueña de la casa, la señora Withers. Me dice que soy su consuelo. Me tomo una copa con ella en la comida y otra a la hora del té y luego la llevo a tomarnos otras dos en la noche, en el Bar de los Pescadores.
Estuvo en la Fuerza Aérea Femenina en la segunda Guerra Mundial. No dejes caer la bomba, Charlie, le encanta decir. Dile Sargento de Vuelo y él será tan feliz como un cerdo en el estercolero.
Realmente te caería muy bien, mamá.
Creo que empieza a amanecer. Se está aclarando. Otro día. Un día que recibo con gusto. Y así te termino esta carta, querida mamá, con todo mi amor.

VOZ 2:
Querido. ¿Dónde estás? Las flores están muy bonitas. Los botones. Que tanto te gustaban. ¿Por qué nunca escribes?
Pienso en ti y me pregunto cómo estás. ¿Alguna vez piensas en mí? ¿Tu madre? ¿Alguna vez? ¿Un poco?
¿Cambiaste de dirección?
¿Tienes nuevos amigos? ¿Algún muchacho agradable? ¿O una muchacha agradable?
Hay muchos muchachos y muchachas agradables por ahí. Pero por favor no andes con otro tipo de gente. Te pueden meter en problemas realmente terribles. Y no lo soportarás. Eres tan escrupuloso, tan especial.
Muchas veces pienso que más adelante me encantaría vivir muy feliz contigo y con tu esposa. Y ella será una esposa muy linda y muy amable contigo y yo cenaría de vez en cuando con ustedes dos. La cena yo la prepararía por supuesto, encantada, pues ustedes dos estarían muy cansados después de todo un día de trabajo, estoy segura.
A veces me voy a caminar por la vereda del acantilado y pienso en ti. Me acuerdo de aquellas veces en que tú caminabas por la vereda del acantilado, con tu padre, con sándwiches de queso. ¿Verdad? Los dos se sentaban a lo alto del acantilado y se comían los sándwiches de queso que yo les preparaba.¿Te acuerdas de la broma que hacíamos? Moch, monch, monch, hummmn hummn... Dimos un paseo muy bonito, diría tu padre. Quieres decir nos dimos un atracón monch monch monch, le decía yo. Y ustedes dos se reían.
Mi amor. Te extraño. Yo te di la vida. ¿Dónde estás?
Te escribí hace tres meses, comunicándote la muerte de tu papá. ¿Recibiste mi carta?

VOZ 1:
No estoy muy seguro de que me caiga bien la gente de esta casa, con la excepción de la señora Withers y su hija, Jane. Jane es una estudiante que trabaja mucho en las tareas que le dejan. No quita la vista de los libros.
Es impresionante. Ya no se acostumbra mucho hacer eso en estos días. Pero no estoy muy seguro de la otra gente que vive en esta casa.
Uno es un anciano.
Ese que es un anciano se acuesta temprano. Es calvo.
La otra es una mujer que usa vestidos rojos.
El otro es otro hombre.
Es grande. Es mucho más grande que el otro hombre. De pelo negro. Tiene las cejas negras y vello negro en las manos.
A veces le pregunto cosas de ellos a la señora Withers, pero sólo quiere hablar de su época en la Fuerza Aérea Femenina durante la segunda Guerra Mundial.
Me he dado cuenta de que Jane no es hija de la señora Withers sino su nieta. La señora Withers tiene setenta años. Jane, quince. Estoy convencido de que ésa es la verdad.
De noche oigo voces de los otros cuartos y no las entiendo. Oigo pasos en las escaleras, pero no me atrevo a salir e investigar.

VOZ 2:
A medida que tu padre se acercaba a la muerte le dio por hablar cada vez más de ti, con cierta ternura y extrañeza. Yo lo consolaba con la idea de que te habías ido de la casa para que se sintiera orgulloso de ti. Creo que lo convencí. Una de sus últimas frases era: Dale por mí una palmadita en la espalda. Dale por mí una palmadita en la espalda.

VOZ 1:
He descubierto algo muy interesante. El anciano que es calvo y que se acuesta temprano se apellida Withers. Benjamin Withers. A no ser que sea una coincidencia, eso debe significar que es pariente.
Le pregunté a la señora Withers qué había de cierto en esto. Se sirvió una ginebra y la estuvo mirando antes de tomársela. Luego me miró y dijo: Tú eres mi mascota. Siempre quise tener una mascota pero nunca pude y ahora ya tengo una.
A veces me acaricia, como si fuera mi madre.
Pero no se me olvida que yo tengo una madre y que tú eres mi madre.

VOZ 2:
A veces me pregunto si de vez en cuando te acuerdas de que tienes una madre.
VOZ 1:
Algo ha sucedido. La mujer que usa vestidos rojos me llamó y me invitó a tomar una taza de té en su cuarto. Entré en su cuarto. Era más grande de lo que me esperaba, con sofás y cortinas y velos y manteles y tapetes y telas suaves que cubrían las paredes, azul oscuro. Jane estaba sentada en el sofá haciendo su tarea, por lo que se veía. Se me invitó a sentarme en el mismo sofá. El té ya lo habían hecho y estaba listo, en un juego de tazas chino, de lo más elegante. Me dieron una taza, la señora. También a Jane, que me sonrió. No me he presentado, dijo la mujer, me llamo lady Withers. Jane sorbió su té con las piernas levantadas en el sofá. Sus pies con medias me rozaban el muslo. No era el sofá más grande del mundo. Lady Withers se sentó enfrente de nosotros en un sofá considerablemente más grande. Su vestido, me di cuenta, no era rojo sino rosa. Jane vestía de verde, aparte de los pies, con medias negras. Lady Withers me preguntó por ti, mamá. Me pregunto por mi madre. Y le dije, muy convencido, que eras la mejor madre del mundo. Me pidió que la llamara Lally. Y que a Jane la llamara Jane. Le dije que a Jane yo la llamaba Jane. Jane me dio una galleta. Creo que era una galleta. Lady Withers le dio una mordida a su galleta. Jane también probó la suya, y sus pies me caían ahora sobre las rodillas. Parecía que a lady Withers le gustaba su galleta, sentada en su sofá. Se la terminó y tomó otra. Nunca había visto tantas galletas. Eché una mirada a la estancia y vi que en todas partes había galletas, en platos y en cajas, por todo el cuarto. Lady Withers terminó su segunda galleta sin problema alguno y de inmediato se metió otra en la boca. Jane, por otra parte, masticaba casi en sueños su galleta y cuando se le quedó una pasa pegada en el labio superior se la quitó con la lengua, sin pestañear. No pude relacionar esto con el hecho de que los dedos de sus pies se movían inquietos, incluso agitados. Su boca, cuando comía, se veía tranquila; los dedos de sus pies, cuando no comía, se agitaban, estaban tensos, incluso histéricos, podría decirse. Mi galleta resultó estar muy dura, como una piedra. La mordí, se me cayó de la boca, sobre las piernas. Jane la atrapó con los pies, y eso le tranquilizó los dedos. Jugó con la galleta entre los dedos, con cierta destreza. Me acordé de que, una vez que nos vimos, me había dicho que quería ser acróbata.

VOZ 2:
Querido. ¿Dónde estás? ¿Por qué nunca escribes? Nadie sabe dónde te escondes. Nadie sabe si estás vivo o muerto. Nadie te puede encontrar. ¿Te has cambiado de nombre?
Si estás vivo, eres un monstruo. En su lecho de muerte tu padre te insultó. Me insultó a mí también, la verdad. Insultó a todo el mundo que estaba presente. Pero tú no estabas presente. No te culpo del todo por el mal humor de tu padre, pero tu ausencia y tu silencio le pesaban mucho, lo fastidiaban. Murió lamentándose y maldiciendo. ¿Eso era lo que querías? Ahora estoy sola, a no ser por Millie, que a veces viene de Dover. Es mi consuelo. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de ti, los ojos de tu querida hermana se llenan de lágrimas. Ha tenido un matrimonio muy feliz y tiene un niño muy lindo. Cuando crezca querrá saber dónde está su tío. ¿Qué le vamos a decir?
O a la mejor un día te apareces por aquí en un carro nuevo muy elegante, un día, en un futuro no muy lejano, con un traje nuevo muy bonito, así, de repente, y me llenarás de besos y abrazos.

VOZ 1:
Lady Withers se puso de pie. Como Jane está haciendo su tarea, dijo, tal vez quieras irte y volver otro día. Jane quitó sus pies, con mi galleta entre sus dos dedos gordos. Sí, por supuesto, dije, a no ser que Jane quisiera que la ayudara con su tarea. No, gracias, dijo lady Withers, yo la voy a ayudar con su tarea
Lo que no dije es que estoy pensando en ofrecerme como profesor. Yo creo que sería un profesor excelente, para la joven, en cualquiera de las materias que estudia Jane sería una alumna ideal. Tiene una gran curiosidad por aprender. Esa es la impresión que tiene uno cada vez que la ve, a cada mirada suya, a cada suspiro. Cuando dirige los ojos hacia ti, ves dentro de sus ojos: inocentes, puros, inexpertos, pero ávidos, deseosos de aprender.
Son ideas que me vienen en la noche, mamá, aunque apenas son las 10 y 23, exactamente.

VOZ 2:
Hijo mío.

VOZ 1:
Mientras estaba metido en la tina hoy en la tarde, pensando en estas cosas, me pareció que alguien tocaba la puerta. Parece que el hombre de pelo negro abrió la puerta. En el pasillo estaban dos mujeres. Decían que eran mi madre y mi hermana, y preguntaron por mí. El señor les dijo que no me conocía. No, nunca me había conocido. No, ningún residente de la casa se llamaba así. Es una casa de familia, no se admiten extraños. No, se llevaban muy bien, muchas gracias, sin intrusos. Les sugiero, les dijo, que se regresen a su casa, y dejen de estar molestando a gente inocente y trabajadora con sus calumnias y acusaciones, que sólo a una mente depravada y sucia como la de ustedes se le pueden ocurrir. Me doy cuenta a leguas de qué clase de gente son ustedes y créanme que si quiero las puedo ir a denunciar por daños y perjuicios, por insultos y por vagancia, o sea, por andar molestando en las puertas de las casas, sin poder justificar de qué viven. Así que lárguense de aquí antes de que llame a la policía.
Yo estaba sentado en la tina, bañándome, cuando se abrió la puerta. Creí que la había cerrado con llave. Me llamo Riley, dijo. ¿Qué tal el baño? Muy bien, dije. Tienes buen cuerpo, aunque un poco delgado, dijo. Creí que sólo eras un muchachito. Nunca me imaginé que fueras tan delgado y tan fuerte como lo veo ahora. Gracias, le dije. No me lo agradezcas, me dijo. Tienes que agradecérselo a Dios. O a tu madre. Acabo de correr a un par de impostores que tocaron la puerta. Ya no les vamos a tolerar sus tonterías a esa gente. Luego se sentó en la orilla de la tina y me contó lo que te acabo de contar.
Me llama la atención que mi padre no se haya molestado en venir.

VOZ 2:
Oí los pasos de tu padre en la escalera. Oí que tosía. Pero de pronto ya no se oían sus pasos ni su tos. No abre la puerta.
A veces pienso que siempre he estado sentada como estoy ahora. A veces pienso que siempre he estado sentada como estoy ahora, sola, junto al fuego, indiferente, las cortinas cerradas, de noche, en invierno.
Como ves, yo también tengo mis ideas. Pensamientos que se me ocurren y que nadie sabe que los tengo, pensamientos que nadie de mi familia ha sabido que tengo. Pero a ti te los cuento, no importa dónde estás.
Lo que quiero decir es que, por ejemplo, cuando te estaba lavando el pelo, con el champú más suave, y enjuagándotelo, y luego secándotelo lentamente con la toalla, para que no te quejaras ni te sintieras incómodo o molesto, y te miré a los ojos, y vi que me veías los míos, sabiendo que no querías a nadie más, absolutamente a nadie más, sabiendo que te sentías totalmente feliz en mis brazos, supe también, por ejemplo, que al mismo tiempo yo estaba sentada junto a un fuego indiferente, sola en el invierno, en una noche eterna contigo.

VOZ 1:
Lady Withers toca el piano. Estaban sentadas, las tres mujeres, en diversos lugares del cuarto. Y en el cuarto había botellas de un vino rosado, de un tono rosa que nunca se me olvidará. Tomaban el vino en unos vasos finísimos, con una elegancia y un modo, una gracia que creí que ya no se daba. Lady Withers llevaba un collar en su cuello de mármol, un cuello asombrosamente joven. Tocaba algo de Schumann. Me sonreía. La señora Withers y Jane me sonreían. Tomé una silla. La tomé y me senté. Y aquí estoy, sentado en esa silla. Nunca me levantaré.
Mamá. He encontrado mi hogar, mi familia. Nunca soñé que llegaría a conocer tanta felicidad.

VOZ 2:
Tal vez debería olvidarme totalmente de ti. Tal vez debería insultarte como lo hizo tu padre al morir. Ojalá que tu vida se te vuelva un tormento insoportable. Espero la carta en que me supliques que vaya por ti, pero si la recibo la escupiré.

VOZ 1:
Mamá, mamá, tuve un encuentro de lo más desagradable, de lo más desconcertante con el tipo que se llama Withers. ¿Me podrías dar un consejo?
Entra, hijo, me llamó. Pon atención. No te confundas. No tengo todo el tiempo del mundo. Entré. Un jarro. Una bandeja. Una bicicleta.
¿Sabes dónde estás?, dijo. Estás en mi cuarto. No en la estación de Euston. ¿Me entiendes? Este es el único cuarto de la casa donde puedes unirte a una caravana y emprender el viaje. ¿Compris? ¿Understand? ¿Me entiende? ¿Te sientes preparado — para seguirme a lo largo de la cuesta? Mírame. Me llamo Withers. Estoy aquí o ando por allá. ¿Entiendes? Prohibida toda terminología insulsa. ¿Sí? Prohibida toda, redundancia. Todo lo que tenga que ver con eso, verboten. Andas en tierras movedizas, boxeador. Carga el peso en la pierna izquierda, todo lo que puedas. Sigue bailando. El viejo foxtrot es la respuesta clásica, pero ésa no es la respuesta de la que estoy hablando. Tampoco estoy hablando de la otra respuesta. Arriba los esclavos. ¿Me entiendes? Este es un lugar de criaturas, arriba y abajo de la casa. Criaturas de la grieta rítmica, de los golpes rítmicos, de los rones y las ruletas, de los harapientos macarrones, de los pudines de mermelada y mayonesa, una plasta excremental de basura de grotesca e inservible parafernalia sin fin. ¿Me entiendes? Todo se junta. Está frente a ti y detrás de ti. Y yo soy el único salvador de la gracia que ansías. Fíjate por dónde vas. Pon atención. ¿Entiendes por dónde me muevo? No dejes que se enmohezca demasiado. Cuidado con el moho. Siéntelo, hijito, siente su densidad. Mírame.
Y lo miré

VOZ 2:
Estoy enferma.

VOZ 1:
Era como ver un abismo de lava derretida, mamá. Con verlo una vez fue suficiente.

VOZ 2:
Vuelve a mí.

VOZ 1:
Estuve con la señora Withers tomándome un campari con soda en la cocina. Me hablaba de su juventud. Dijo que yo era un buen bocado. Que yo era como un panecito de ciruela. Venían desde muy lejos a probar su suerte. Yo caí patas arriba con un tipo de la Fuerza Aérea de la Marina. Me adoraba. Lo asesinaron porque no querían que fuéramos felices. Me pude haber casado con él y pudimos haber tenido miles de hijos. Pero no. Se hundió con su braco. Lo supe por la radio.

VOZ 2:
Te espero.

VOZ 1:
Más tarde esa misma noche Riley y yo nos tomamos una taza de chocolate en su cuarto. Me gustan los jóvenes delgados, dijo Riley. Delgados pero fuertes. Nunca ha sido un secreto ni lo he ocultado. Pero tengo que contenerme. He tenido que frenar mis inclinaciones. Eso se debe a que mi principal preocupación es la religión. Siempre he sido un hombre muy religioso. Ya te has de imaginar la tensión que esto crea en mi alma. Me muevo en un constante estado de tensión espiritual, emocional, psicológica y física. Es desesperante la disciplina que me veo obligado a ejercer. Mi predisposición a la carne es increíblemente violenta, pero va contra mis mejores intereses, que son mantenerme lo más cerca posible de Dios. Soy un hombre grande, como puedes ver. Podría aplastar a un enclenque de muchachito como tú hasta la muerte, quiero decir la muerte que es amor, la muerte que entiendo es el amor. Pero asumirlo significa que mantengo esos deseos cogidos con cadenas y esposas. Soy bueno en esas cosas porque soy policía. Y se me respeta mucho, soy muy respetado en la comandancia y en la iglesia. El único lugar donde no soy muy respetado es en esta casa. No dan por mí ni un cacahuate aquí. A pesar de que siempre he sido medio pariente. De cierto tipo. Soy buen tenor, pero nunca me invitan a cantar. Estaría mejor viviendo en medio del desierto del Sahara. Hay demasiadas mujeres aquí, ése es el problema. Y no tiene sentido ponerse a platicar con el calvo. Está bastante lejos. Vive en otro mundo, que conoce muy bien. A mí me gusta la gente sana, fuerte, y una conversación inteligente. Por eso se me ocurrió llamarte, amigo, aparte de que me caes bien. No tengo a nadie con quién platicar. Estas señoras me tratan como a un leproso. A pesar de que soy medio pariente. De cierto tipo.
¿Qué clase de pariente?
¿Lady Withers es la mamá de Jane o su hermana?
En cualquiera de los dos casos ¿por qué a Jane no le llaman lady Jane Withers? O tal vez sí le llaman así. O tal vez no es ninguna de las dos cosas. O tal vez la señora Withers en realidad es la Honorable Señora Withers? Pero si ése es el caso, ¿qué viene siendo entonces el señor Withers? ¿Y cuál Withers es finalmente? Quiero decir, ¿qué parentesco tiene con los demás Withers? ¿Y quién es Riley?
Pero si me sientes desorientado, ansioso, confuso, inseguro y con miedo, también me sientes contento. Mi vida tiene sentido. La casa tiene un ambiente muy cálido, como sin duda pudiste comprobarlo. Y como seguramente lo has notado por lo que te cuento, hablo libremente con todos sus habitantes, con excepción del señor Withers, a quien nadie le habla, a quien nadie se refiere, por muy buenas razones evidentemente. Pero muy raramente salgo de la casa. Parece que nadie sale de la casa, salvo muy raras veces. Debe ser un agente secreto. Jane sigue haciendo muchas tareas aunque aparentemente no va a ninguna escuela. Lady Withers nunca sale de la casa. Tiene invitados. Recibe a sus invitados. Han de ser ésos los pasos que oigo en las escaleras durante la noche.

VOZ 3:
Sé que tu madre te ha escrito diciéndote que estoy muerto. No estoy muerto. Estoy muy lejos de estar muerto, aunque muchísima gente ha querido que esté muerto, desde tiempos inmemorables, tú especialmente. Tú eres el que ha rezado por que me muera, desde tiempos inmemoriales. He escuchado tus oraciones. Me resuenan en los oídos. Oraciones que ansían mi muerte. Pero no estoy muerto.
Bueno, eso no es totalmente cierto, no es precisamente el caso. Estoy mintiendo. Te estoy llevando por la vereda del jardín. Estoy jugando. Estoy divirtiéndome un poco, eso es. Porque estoy muerto. Tan muerto como una piedra. Te escribo desde mi tumba. Unas cuantas líneas en nombre de los viejos tiempos. Sólo para mantener el contacto. Un grito desde la oscuridad. Un último beso de papá.
Probablemente sea como cualquier día después de haber andado a caballo contigo. No hay mucho más que decir.
Un poco de sudor. ¿Por qué me tomo la molestia? Por ti, supongo, porque fuiste un hijo muy cariñoso. Sonrío, mientras yazgo en esta tumba cristalina.
¿Sabes por qué uso la palabra cristalina? Porque puedo ver a través de ella.
Recibe todo mi amor, hijo. Sigue trabajando bien.
Sólo hay una cosa que me molesta, para ser sincero. A pesar de que, en general, hay un absoluto silencio por todas partes, un absoluto silencio a lo largo de todas las horas, todavía oigo, de vez en cuando, a un perro que ladra. Oigo a este perro. Oh, y me da miedo.
VOZ 1:
Se les ha ocurrido ponerme un nombre. Me llaman Bobo. Buenos días, Bobo, dicen. O nos vemos en la mañana, Bobo; o Bobo, no tires la sopa, Bobo; o No dejes las luces encendidas, Bobo; o Te vas por la sombrita, Bobo; o Cuidado con el tranvía, Bobo; o Qué tal pinta tu lápiz, Bobo; o No hagas trucos con los palillos, Bobo; o No te muerdas las uñas, Bobo.
La única persona que no me llama Bobo es el anciano. No me llama de ningún modo. Yo tampoco lo llamo de ningún modo. Se encierra en su cuarto. Yo ni me acerco. Está muy viejo y pronto habrá de morir.

VOZ 2:
La policía te está buscando. No olvides que todavía tienes menos de veintiún años. Ya están pasando tu nombre y tu descripción exacta por radio. No descansarán, me aseguran, hasta que te encuentren. Les dije lo que creo, que estás en manos de gente del hampa, que te estás usando en la prostitución masculina. Dije en mi declaración que nunca has tenido la menor fuerza de carácter, jamás, y que eres de lo más susceptible incluso al más ligero halago, a cualquier adulación. Y que las mujeres son tu punto débil, incluso cuando eras niño. Nunca se me ha olvidado Françoise, la sirvienta francesa, ni la mujer que se hizo pasar por institutriz, la infame señorita Carmichael. Te vamos a encontrar, hijo mío, y no te tendremos ninguna consideración.

VOZ 1:
Estoy dispuesto a volver contigo, mamá, para besarte y tenerte en mis brazos.
Vuelvo a casa.
Vuelvo también para darle un abrazo a mi papá. ¿Dónde anda el viejo? Me muero de ganas de hablar con él. ¿Dónde está? Le he buscado en todos los lugares que conocíamos, incluso en la cabaña de verano, pero no lo he podido encontrar. No me digas que se fue de la casa, a su edad. Sería un gesto muy berrinchudo de su parte. ¿Qué es lo que has hecho con él, mamá?

VOZ 2:
Te digo una cosa, mi hijito. Ya me harté, ya no me importa lo que pase contigo. Sólo dime una última cosa: ¿Tú crees que la palabra amor significa algo?

VOZ 1:
Ya me voy de aquí, vuelvo contigo. Estoy a punto de empacar y regresar a tu lado. ¿Qué me vas a decir?

VOZ 3:
Tengo muchas cosas que decirte. Pero estoy absolutamente muerto. Lo que tengo que decirte no lo sabrás nunca.